23.6.05

Hacia la alegría (Till Gladje, 1950)


El dvd americano

Hacia la alegría, 1950 - Ingmar Bergman

Cuando comencé a estudiar el corpus fílmico de Bergman (hará cosa ya de tres años largos) de manera profesional, debo reconocer que sufrí un cierto rechazo inconsciente hacia sus primeras películas. Supongo que fue el choque frontal con productos como "Persona" o "Gritos y susurros" lo que me dejó lo suficientemente cegado como para considerar otras piezas como esta que hoy nos ocupa como si fueran obras menores. El pulso y la destrucción que entrañaban sus trabajos más impactantes de los sesenta/setenta es de un poder visual y temático que parece agotar por momentos el propio cinematógrafo.
Es por eso que decidí tomarme mi tiempo, zambullirme de cabeza en los "títulos clave" para estudiarlos de manera compulsiva y enfermiza, y una vez me encontrara cómodamente asentado en los conceptos clave (porque realmente nunca se puede afirmar que se sepa nada sobre Bergman), volver la vista atrás y disfrutar de las primeras obras, a modo de divertimentos. Y por supuesto, estaba equivocado. Con cada día de estudio que invierto en la obra del genio sueco, descubro que no hay nada de fácil ni de gratuito en las primeras obritas de Bergman. Películas como "La sed" o "Un verano con Mónica" son tan fascinantes en sí mismas que engloban un universo complejísimo que luego se sensorializa en sus trabajos de madurez. Pero el gérmen, la raíz, ya está ahí.
"Hacia la alegría" es, para muchos, una de las obras menores del autor. El propio Bergman no la hace demasiado caso en sus memorias. Uno de los dioses del análisis fílmico español, el siempre loable Juan Miguel Company, tampoco le concede demasiado interés en su libro bergmaniano y perfecto de Cátedra. (Libro sobre el que quizá hablemos otro día por ser uno de los mejores tratados de cinematografía aplicada que se han escrito en nuestro país). "Hacia la alegría", decíamos, es un producto fascinante dentro de la obra bergmaniana. Es el paso lógico que debía seguir a "La sed" en el camino imparable del realizador por encontrar un estilo cinematográfico previo. Pero además, sorprendentemente, es un producto radicalmente humano. Demasiado humano, que diría Nietzsche. Se nota en cada fotograma el innegable contenido autobiográfico, los intentos desesperados que Bergman realizó para salvar su segundo matrimonio y que, catastróficamente, condujeron hacia esta película que fue, una vez más, una pequeña redención en la oscuridad del genio.
Pero además, "Hacia la alegría" es una película llena de música, más música, más música... ¡es música pura y dura, auténtica armonía! Un uso de Beethoven y de Mozart extraordinario (frente al pensamiento del propio autor), que nada tiene que envidiar a los aterradores efectos de la música de Bach en las películas de madurez. Y por supuesto, lo que hace que "Hacia la alegría" sea una de las películas más digna de los cuarenta/cincuenta en Europa, es que cuenta con uno de los mejores finales bergmanianos.
El arte de cerrar una película es, en sí mismo, un reto. El final tiene que ser (al igual que en la música clásica) lo suficientemente brillante como para hacernos levantar del asiento y aplaudir, llorar, hasta dejarnos el alma y las manos. Ahora mismo pienso, por ejemplo, en el final de "Deseando amar" (Kar Wei siempre increíble), o en el final del "Blanco" de Kieslowski. Pues bien, el final de "Hacia la alegría" es de una humanidad, una ternura, y al mismo tiempo un amargo optimismo que parece casi una contradicción. No hay ironía. No hay truco de magia. Es el realizador mismo extendiendo las manos y diciendo: "Este es mi final. Y punto". Un final fabuloso, no por inesperado ni por efectista.

1 comentario:

Hache dijo...

Ante todo VIVA BERGMAN (Maestro) segundo, primera vez por acá te linkeo desde mi blog de cine para acordarme de volver eh.